LOS SUEÑOS COMO ESPACIO DEL CUERPO DEL DESEO

Hace casi un año que me embarqué de lleno en mi proyecto personal Eros y Psique. Así pues con motivo del aniversario y con la  próxima de la Celebración del Día de la Salud Sexual, así como el del Amor, quisiera estrenar la nueva web con un texto precioso, regalo de un gran profesor, Luis E. Martín-Peñasco de Merlo.

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Al leerlo te sumerges de lleno en un mundo mágico, el del sueño, y sobre todo, en tus propios sueños, en tus anhelos y tus deseos más profundos. Yo por lo menos así lo viví. No es un texto cualquiera, pues es de una gran sensibilidad y exquisitez, por lo que aprecio mucho que Luis haya querido compartirlo conmigo y cedérmelo para estrenar mi  nuevo Blog.

Y bueno, sin más os dejo con sus palabras, que Luis comienza con una bonito poema de Antonio Machado….

Ayer soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba;
y soñé que Dios me oía…
Después soñé que soñaba.

 

¿Será posible que veinticinco siglos después de Platón aún necesitemos preguntarnos dónde habita el deseo, dónde radica y hacia dónde camina? Aunque sería mejor preguntarnos qué o quiénes desencadenan su sacudida, qué rostro es capaz de hacerle salir de su ensimismamiento, de hacerle soñar y de no querer despertarse nunca de sus sueños. De este modo, nos situaríamos frente a su objeto, el cuerpo de deseo, y quizá llegáramos a entender por qué los sueños son con frecuencia el único territorio por donde le está permitido caminar libremente. El deseo, siempre inquieto, siempre buscando, siempre soñando, siempre anhelado, muriendo y renaciendo; hiriéndonos en lo más profundo de nosotros mismos al mostrarnos tan menesterosos, tan necesitados y enfrentados ante nuestro propio vacío. Siempre interrogándonos, siempre perplejos, siempre asombrados. Parece como si no supiésemos todavía cuál es el sentido profundo del deseo. Y, sin embargo, es todo tan sencillo, tan cercano… Sencillo porque la respuesta está en y vive con nosotros: en nuestro cuerpo, en los sueños de la carne. Sueños de cuerpo sexuado, instalación corpórea y condición sexuada de nuestra existencia, de nuestra libertad, de nuestra posibilidad de elegirnos y de elegir el modo de vivirnos como corporeidad sexuada, sin que quepa la posibilidad de la renuncia. Sueños del cuerpo humano, cuerpo de deseo, anhelos de la carne, cuerpo soñado y sueños del cuerpo. ¿Cuántos siglos aún habremos de permanecer ciegos ante esta realidad? Cuerpo nuestro cercado por el tiempo, solo frente a su grandeza y su miseria, capaz de regalarnos instantes profundos de gozo y horas secas de hastío; territorio del dolor y del placer, cuerpo vivido y soñado. En el horizonte, sueños de muerte; mas la muerte que espere mientras que estamos vivos, mientras que deseamos, para poder soñar con relojes que nunca dan las horas, con instantes eternos. Sueños con cuerpos llenos de promesas, de posibilidades y de enigmas; espacios gozosos donde las caricias atenúan la soledad de la carne. Carne visible y deseable para el otro que nos mira y sueña, carne visible y deseable para mí; sueños de un cuerpo que oculta, pero al mismo tiempo es signo y símbolo de lo invisible; significante que guarda celosamente, para ser desvelado en la ofrenda y descubrimiento del encuentro, su significado y su sentido; puertas entreabiertas del deseo. De este modo, nos reconocemos el uno en el otro, conocemos nuestra condición y nuestros límites; así nuestro deseo se desvela en los sueños. Pero ¿qué soñamos?

Sabemos que Psique soñaba, y en su sueño ignoraba que era soñada y deseada por Eros. Es tan hermosa que asusta su belleza y aún permanece soltera, mientras que sus hermanas ya se han casado. No sabe que Eros anda por la tierra de los mortales, ignora que la ha visto, que la sueña y que la desea. Y en su sueño, Eros ve cómo un rey, padre de Psique, tiene un sueño en que le ordenan que vista a su hija de novia y la abandone en una roca donde una horrible criatura habrá de hacerla suya. El padre obedece y Psique es abandonada. Demasiado joven aún, tiene miedo; pero en el sueño de Eros, Zéfiro la transporta hasta un profundo valle y la deposita sobre un lecho de césped. Hipnos la sume en un profundo sueño. Y sueña que se despierta en un jardín de un palacio de oro y de mármol. Lo recorre asombrada de tanta maravilla, y al atardecer siente la presencia de alguien a quien no puede ver: es el esposo del oráculo, es Eros que la sueña. No lo ve pero siente su presencia y siente en ella el deseo, el deseo de unos brazos, de una mirada, del aliento, de la carne, del abrazo… No lo ve, mas no le parece monstruoso. Y esa noche los dos sueñan que se abrazan, que se reconocen en la caricia: el uno en el sueño del otro. Para Morfeo, uno de los mil hijos de Hipnos, todo es posible.
Él no le dice quién es. Pues Eros sabe muy bien en qué manantiales sacia su sed el deseo, y le advierte que si ella le ve, que si le posee con la mirada, desaparecerá. Pasa el tiempo. Transcurren los días, y ella está sola, acompañada de voces y murmullos durante el día; en los brazos de Eros durante la noche: el enigma del deseo se desvela cada noche en la ofrenda de los cuerpos. ¿Qué será de su padre y de sus hermanas, se pregunta? Psique pide permiso para volver un tiempo con ellos y el viento la transporta de nuevo a su lado. Psique regresa. Una noche, inducida por sus hermanas, mientras Eros duerme, con la luz de una antorcha descubre un rostro y un cuerpo bellísimos, el cuerpo de deseo de un hermoso adolescente. Pero Eros despierta y huye para no volver jamás.
¿Dónde está ahora Psique, expulsada de los sueños de Eros? Desolada, anda errante, perseguida por la cólera de Afrodita, celosa de su belleza, desciende a los infiernos. Al regresar, desobedece y abre el frasco de Juvencia que le ha entregado Perséfone: se queda sumida en un profundo sueño, en un intenso sueño mágico. Y sueña que Eros la busca, que Eros la desea, que Eros no la olvida; sueña que Zeus, que tanto sabe acerca del deseo, se apiada de ellos y permite a Eros que la despierte y le conceda la inmortalidad, que la despoje del tiempo, del paso de las horas, para poder amarse eternamente.

Amarse eternamente: el sueño de todos los amantes, aun cuando saben que el deseo tiene los días contados. Pero los sueños son el territorio sin límites del deseo y del cuerpo –siempre el cuerpo–: el cuerpo hecho carne y ofrecido a las caricias del otro es el espacio donde habita el deseo. No hablamos sino del cuerpo fenoménico y vivido del cuerpo que somos y habitamos, sin que sea posible diferenciarlo ni separarlo de la sexualidad. Cuerpo-sexuado-sujeto, cuerpo existido; ámbito donde no es posible distinguir entre existencia y sexualidad, siempre abiertas, pues el sentido de la sexualidad y del deseo se encuentra en el drama de nuestro existir. Sexualidad donde nos elegimos, acontecimiento sobrevenido al encontrarnos con la vida y con la existencia: enigma y maravilla que nunca dejará de asombrarnos. Si asumimos nuestra sexualidad como estructura existencial y como valor cultivable, deberemos aceptar y reconocer en nosotros las carencias que constituyen nuestra condición humana: la finitud, la soledad, la condición corpórea y sexuada, lo efímero y frágil de la existencia, lo sombrío y lo luminoso de nuestra peripecia vital. Justo aquí radica, aquí se nutre y crece la intencionalidad que nos tiende hacia el otro y nos hace buscar y soñar con su abrazo. Sexualidad siempre bajo sospecha, nunca asumida en su más hondo sentido, convertida en objeto de consumo, en penitencial o norma de manual: sublimaciones, discursos, ocultamiento, sacrilegio, profanaciones y patologizaciones. ¡Que se haga el milagro y una nueva hermenéutica nos devuelva su sentido oculto! Que Dioniso, Eros y Afrodita nos muestren, sin profanar sus antiguos y nuevos misterios, el enigma de la sexualidad. Sexualidad que es alétheia, desvelamiento, descubrimiento de lo recóndito y oculto. Revelación y encuentro con el otro en el espacio de la carne que nos redime. Sexualidad que nos identifica en la diferencia y nos constituye como carne del mundo. Sexualidad y deseo del otro: dos caras de la misma moneda. ¿Por qué, entonces, nos refugiamos en los sueños?
Porque la realidad se alza ante nosotros, cotidiana y terca, en el quehacer de nuestras vidas y en la necesaria tarea de elegirnos en nuestra existencia y en la búsqueda de sentido. Y allá, cercanamente lejano, el deseo. Realidad y deseo, siempre en tensión, la una frente al otro. Sentimos las carencias, nos hiere la indigencia, y en ellas encuentra Eros el aliento y la osadía para la búsqueda, para soñar y amar de nuevo el cuerpo del otro a quien nos abrimos: hierofanía de la carne, ebriedad del deseo, ofrenda de los cuerpos, celebración de la caricia…

 

Luis E. Martín-Peñasco de Merlo

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Todo texto es una realidad viva. El que tiene delante el lector no escapa a esta inexorable ley. Así, estas escasas cuatro páginas son tan solo un extracto (hecho especialmente para este blog) de un artículo que, a su vez, es el texto de la ponencia que presenté en la XIV Reunión Anual de la Asociación Ibérica de Patología del Sueño, celebrada en el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, Almería, durante los días 26-28 de mayo de 2005. El preceptivo resumen de la misma apareció en la publicación oficial de la Asociación (AIPS) Vigilia-Sueño (Vol. 17, nº 1, enero-junio de 2005). El texto completo, con alguna que otra modificación, vio la luz por vez primera, bajo el título Los sueños: territorio del deseo, en la revista del IES «Jaime Ferrán, C. Villalba (Madrid), Ferrán, nº 30, diciembre de 2010, pp.33-41 (ISSN – 1135-2736). Sin embargo, aún no ha terminado su andadura, pues está en mi cabeza que forme parte de un próximo libro de ensayos sobre fenomenología de la sexualidad que se retrasa más de lo que yo deseo. Mientras tanto, aquí va este botón de muestra para el blog de Laura. Ni que decir tiene que es un auténtico privilegio la ocasión y el espacio que ella me concede.

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